Todos los que han querido hacer el bien han encontrado dificultades.
El profeta Jeremías habla del «cuchicheo de la gente» (Primera lectura de la Misa: cfr. 20,10-13).
En la actualidad el bien no es aplaudido, es cierto. Pero esto ha ocurrido siempre.
De todas formas nuestro Señor nos dice a los cristianos, que no es para tanto: «que no tengamos miedo» a los que nos quieran hacer daño (cfr. Evangelio de la Misa: Mt 10,26-33).
Y la razón que nos da Jesús es que el Señor cuida de nosotros: estamos en buenas manos, en manos de nuestro Padre.
Desgraciadamente cuando la familia de un paciente le pregunta a un médico sobre el estado de salud del pariente, y el doctor responde que estamos en manos de Dios, parece entonces que las cosas están muy mal para el enfermo, que la medicina no puede hacer nada.
Pero tranquilo «hasta los cabellos de nuestra cabeza» los tenemos contados. Por eso dice el salmo que el «Señor escucha» a los necesitados (cfr. Responsorial: Sal 68).
Ya se ve que en esta tierra si uno quiere hacer el bien casi siempre encontrará dificultades.
Pero esos obstáculos no los ha puesto el Señor sino el pecado, como nos dice San Pablo (cfr. Segunda lectura: Rom 5,12–15).
Por eso, si somos inteligentes, el miedo al que dirán no nos ha de mover. Lo que en realidad ha de preocuparnos es lo que puede dañar el alma: el cáncer que nos hace malos.
En la actualidad el bien no es aplaudido, es cierto. Pero esto ha ocurrido siempre.
De todas formas nuestro Señor nos dice a los cristianos, que no es para tanto: «que no tengamos miedo» a los que nos quieran hacer daño (cfr. Evangelio de la Misa: Mt 10,26-33).
Y la razón que nos da Jesús es que el Señor cuida de nosotros: estamos en buenas manos, en manos de nuestro Padre.
Desgraciadamente cuando la familia de un paciente le pregunta a un médico sobre el estado de salud del pariente, y el doctor responde que estamos en manos de Dios, parece entonces que las cosas están muy mal para el enfermo, que la medicina no puede hacer nada.
Pero tranquilo «hasta los cabellos de nuestra cabeza» los tenemos contados. Por eso dice el salmo que el «Señor escucha» a los necesitados (cfr. Responsorial: Sal 68).
Ya se ve que en esta tierra si uno quiere hacer el bien casi siempre encontrará dificultades.
Pero esos obstáculos no los ha puesto el Señor sino el pecado, como nos dice San Pablo (cfr. Segunda lectura: Rom 5,12–15).
Por eso, si somos inteligentes, el miedo al que dirán no nos ha de mover. Lo que en realidad ha de preocuparnos es lo que puede dañar el alma: el cáncer que nos hace malos.
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