El cariño lleva a las madres a corregir continuamente a sus hijos. Cansarse de corregir es cansarse de querer. En el Evangelio vemos como el Señor corrige y reprende a sus amigos. Y enseña a hacerlo así (cfr. Evangelio de la Misa: Mt 18,15-20).
El que ama la corrección ama la sabiduría. La persona inteligente es la que admite las correcciones. Por eso vemos que el Señor no entiende cómo no se corrige al que actúa mal (Ez 33,7-9: Primera lectura de la Misa).
Ojalá escuchemos la voz de Dios (cfr. Salmo responsorial: 94) cuando alguien nos corrija: la voz de Dios que nos llega por muchos conductos. Se trata de escuchar lo que nos dicen y no querernos justificar rápidamente. Porque los cristianos debemos decir las cosas como las madres, no porque nos guste cantar las cuarenta, sino porque le queremos (cfr. Rm 13,8-10).
Dice el poeta:
Me duele el corazón cuando tu sufres pero no puedo dejar de corregirte.
La indiferencia juzga y no comprende.
Un padre comprende, exige: por eso no puedo dejar de corregirte.
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