Actualmente las luchas más encarnizadas entre hermanos se suelen dar por el mando de la televisión: de alguna forma simboliza el poder disfrutar de lo que a uno le apetece. El profeta Isaías habla de que el Señor elige a una persona para darle la llave de un palacio (22,19-23: Primera lectura Misa). En otros tiempos era la llave lo que simbolizaba el poder. En el Evangelio, Jesús le promete a Pedro que le dará las llaves del reino (Mt 16,13-20). Y no precisamente para que fuese el portero sino para hiciese cabeza en la Iglesia. Humanamente no es comprensible que el Señor eligiera, para un puesto tan importante, a una persona que no tenía estudios, sino que era un trabajador manual. Por eso nos dice San Pablo que Dios no funciona con nuestros esquemas (cfr. Segunda lectura: Rm 11,33-36). Hay gente que se ve con vocación de liderazgo, porque son inteligentes, tienen buena presencia, gozan de excelente posición. En definitiva piensan que los demás deben estar por debajo (rara vez lo dicen con palabras, muchas con los hechos). Entre los cristianos no debe ser así. El que quiere el mando es precisamente el que no debe tenerlo: aunque diga que lo quiere para servir. El que se pelea por el mando (aunque sea el de la televisión) no es precisamente para agradar a los demás. El Señor da el poder a los humildes, no a los que se sirven de su estatus para salirse con la suya. María en esta tierra no buscó el poder: por eso ahora tiene la gloria.
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