El próximo día 29 celebraremos la fiesta De San Pedro y San
Pablo (cfr. Mt 16, 13-19:
Evangelio de la Misa del día).
La verdad, es que los dos Apóstoles eran muy distintos.
Tenían diferencias por nacimiento (San Pablo no era de Palestina),
por culturas. Incluso también las profesiones que desarrollaban no se
parecían en nada.
Muchas cosas los separaban en lo humano, y también en los espiritual: Pedro había vivido con el Señor, y Pablo había
sido enemigo declarado de los cristianos.
Pablo era un experto en la Escritura, y Simón tenía una cultura teológica elemental.
Todo esto es complementario, porque tenían un proyecto común.
«Pedro fue
el primero en confesar la fe, Pablo, el maestro insigne que la interpretó» (Prefacio
de la Misa).
Participaban de la misma empresa aunque tuviesen puntos de
vista diferentes. Mejor: así se adaptaban a todas las sensibilidades.
Los dos estaban en la tierra para lo mismo: salvar almas.
Pero de distinta forma: Pedro «fundó la primitiva iglesia con el pueblo de
Israel, Pablo la extendió a todas las gentes» (Prefacio).
Hoy le damos gracias a Dios por haber hecho a los santos
tan diferentes y tan amigos.
Porque no se fijaban en lo que les separaba sino en lo que
les unía: la amistad con el Señor.
Siendo distintos quieren lo mismo: salvar almas, como San
Pedro y San Pablo.
Al comenzar hoy el año de San Pablo, hacemos el propósito
de aprender a hacer apostolado en nuestro ambiente, cada uno a su manera de
ser. Sin miedos.
En la Iglesia hay maneras muy distintas de actuar. Lo
importante no son las diferencias, sino tener un mismo proyecto común. Nuestro
proyecto común es llevar almas al Cielo.
La manera, quizá, más frecuente de hacerlo es hablando de
Dios de tú a tú, a través de la amistad: este es el mejor regalo que le podemos
hacer a las personas que queremos.
Para eso hemos nacido, para ser santos y hacer apostolado.
–¡Reina de los Apóstoles, San Pedro y San Pablo ayudádnos en nuestro
proyecto común!
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