Jesús es Rey (cfr. Salmo responsorial: 144). Pero de un Reino especial, que tiene sus secretos.
Los reinos de este mundo nos hablan de poder. Cuando uno manda se dice que es Rey: los Reyes del petróleo, el Rey de la tierra batida es el número uno en el tenis. Un rey manda en su parcela de poder: por eso se habla del rey del cuadrilátero.
Sin embargo el reino de Jesucristo es distinto: no se caracteriza por el mando sino por la mansedumbre. Dios es un rey que no se enfada, que no quiere imponer su autoridad, ni siquiera nos obliga a quererle.
Su reinado se basa en la libertad. Dios no quiere siervos sino hijos, que hacen la voluntad de su padre porque les da la real gana.
Por eso la Sagrada Escritura nos habla de un rey que no viene montado en una lujosa carroza, sino que su trono es un borriquillo manso (cfr. Primera lectura de la Misa: Za 9,9-10).
Y precisamente son la gente de corazón sencillo los que entienden «los secretos» de este reino especial (Evangelio: Mt 11,25).
Los sencillos de corazón son los que no tienen el corazón dividido. Los que no intentan servir a Dios haciéndolo compatible con otros reinados.
Eso se sabe porque el reinado de Jesús en el alma da paz: el Amor de Dios llena el corazón (cfr. Segunda lectura: Rom 8,9.11-13).
Y entonces se quiere incluso a los enemigos. Y nadie en la tierra nos puede hacer malos y así somos realmente libres, como reyes verdaderos. Como Dios, que no nos quiere porque nosotros seamos buenos, sino porque Él es bueno
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