Jesús, dirigiéndose a los saduceos, que dicen
que no hay resurrección, les dijo:
«En este mundo los hombres se casan y las mujeres
toman esposo, pero los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo
futuro y en la resurrección de entre
los muertos no se casarán ni ellas
serán dadas en matrimonio. Pues ya no
pueden morir, ya que son como ángeles; y
son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección.
Y que los muertos resucitan, lo
indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza,
cuando llama al Señor: “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para él todos están vivos» ( Lc 20, 27. 34-38).
Esta vida pide otra
Me acuerdo de un colegio mayor, donde vivía un
becario muy realista, que cuando estaba cansado se quejaba: –Ay, esta vida
pide otra.
Por eso una de las mejores escritoras en lengua
castellana ha comparado nuestro paso por la tierra como una mala noche en
una mala posada.
Una persona me dijo que había estado pensando: –Mira
que si no existe el cielo después de todo esto.
Jesús nos cuenta cómo será la eternidad para los
santos: En esta vida se casan. Pero en el cielo no, serán como ángeles
(Evangelio de la Misa: Lc 20, 35). Y aquella persona al
enterarse de todo esto me dijo un día: –Pues menudo aburrimiento.
Ya se ve que quería pasarse ligando toda la
eternidad.
Desde luego, aunque no se crea en la existencia del
cielo, si se vive honradamente en la tierra uno tendrá más calidad de vida que
si no cree. Las personas buenas viven mejor que los corruptos. Aunque también
los egoístas pueden vivir bien durante una temporada.
Todavía recuerdo que lo que me dijeron un día: ¿Quién
me garantiza a mí que hay cielo, si nadie ha venido para contarlo?
Personalmente no conozco a nadie pero en la biografía
de algún santo se da: resulta que san Juan Bosco tenía un compañero de estudios
que se llamaba Luigi con el que había hecho un pacto: el que muriera
primero debería volver para hacer saber al otro
su destino eterno.
Luigi murió el dos de abril de 1839 a la edad de 22
años. Y dos días después de la
muerte de su amigo, un ruido enorme en el dormitorio común de
los estudiantes, era como un carro que fuese a toda velocidad, y de repente se
paró en la cama de Juan Bosco, después se
oyó la voz de Luigi que
decía: –!Bosco, Bosco, Bosco, me he
salvado!
La impresión fue tan grande, que durante semanas
estuvo conmocionado sin poderse mover de la cama. Y cuando se hizo mayor aconsejó
que no se hicieran pactos como este. Que nos bastaba con lo que nos había
revelado nuestro Señor. Que no es poco.
Certezas
Si Jesús no hubiera resucitado, si no hubiese tantos
testigos, si esos testigos no hubieran dado la vida para confirmarlo. Si las
profecías no se hubieran cumplido a la letra y el que quiera puede estudiarlo.
Si esto no fuese así tendría motivo para no creer, pero ahora tengo muchos
motivos. El que estudie todo esto se quedará asombrado.
Vamos a dar gracias a Dios por nuestra inteligencia,
porque es prodigiosa, superior a la de los otros seres vivos, pero,
comparativamente con el resto de los animales, somos muy indefensos. Así que le
damos gracias también porque necesitamos mucho de los demás, incluso para
llegar a nuestras certezas: esto nos hace humildes no solo desde el punto de
vista de las relaciones humanas, sino también intelectualmente.
Si uno repasa su vida, puede afirmar con certeza dónde
ha nacido, su edad, la fecha de su primera Comunión, la Iglesia donde se casó...
Sin embargo hay cosas accesorias que se desdibujan con los años, e incluso,
aunque ocurrieron de verdad, si uno lo habla con otros testigos, puede llegar a
la conclusión que los detalles sucedieron de forma distinta, porque su memoria
las modificó.
Con el paso del tiempo los acontecimientos se
subliman, se van coloreando según nuestros estados de ánimo; pero hay hechos
que nadie puede negar, por ejemplo, el parecido con nuestro padre, o el título
que tenemos en un marco diciendo que somos licenciados, cosas que están
certificadas, o son de fácil comprobación. Hay momentos de nuestra vida en los
que constan testigos, por ejemplo de nuestro bautismo, de la boda, de nuestros
exámenes; situaciones que marcarán nuestro futuro y tienen importancia.
Y en las cosas que no afectan a lo esencial,
hay diversas hipótesis. El tiempo irá diciendo si son fiables o no, como
cualquier otro suceso humano objeto de la ciencia. Por ejemplo, hoy se
demuestra la paternidad no simplemente por el parecido, que puede ser equívoco,
sino con pruebas de ADN, cosa que no era posible hace siglos. Lo que
fundamentalmente afirmamos los cristianos es que la Encarnación de Jesús
se hizo
realidad para entregarse por los hombres. Y que su muerte conducía a la
Resurrección.
¡Qué pena no tener fe en Jesús! Hay gente que “cree
en la ciencia”, pero eso es contradictorio, pues la misión de la ciencia es
intentar demostrar sus postulados; y, si hiciéramos actos de fe en ella, estaríamos
negando su verdadera esencia, la demostración. La disyuntiva es: o demostrar
o creer, pero no las dos cosas al mismo tiempo. En este sentido la ciencia
persigue la demostración. Sin embargo la fe, la confianza en los demás, no se
puede demostrar habitualmente.
Fe
Pero aunque la fe no se pueda “demostrar científicamente”, no quiere
decir que sea irracional sino al contrario, porque la mayoría de los
conocimientos que tiene el ser humano los tiene “por la confianza”, no por
experiencia personal. Desgraciadamente no he estado en el lago di Como o en New
York, pero tengo la certeza de que
existen.
Se da la paradoja de que hay gente que pide certezas
para creer en Dios, y no las pide para “creer” en la ciencia. Y eso que la
ciencia es cambiante, pues continuamente se formulan nuevas teorías. Ahora
podemos decir al Señor: –Creo en Ti, pero no porque me lo hayas demostrado,
sino porque te quiero. Me fío porque te quiero.
Jesús en la oración nos corrige. Si tú no notas que
suavemente te habla con claridad es porque no hará bien la oración. Porque la
confianza tiene una relación muy grande con el amor.
Incluso algún filosofo lo ha expresado así: creer
es amar, es una forma de amar. Cuando Dios nos pide que “creamos en Él”, es
como si nos preguntara: –¿Me quieres?
Lo mismo en el amor humano: si hay ruptura de
confianza, hay ruptura de amor en el matrimonio. Eso tiene su sentido, porque
uno confía en los que ama. Yo quería a mi padre, por eso me fiaba de él, y creo
a mis hermanos, porque los quiero. A un amigo le diría: –No hace falta que
me des muchas explicaciones, te creo sin más.
Y eso no es una ingenuidad, es que estamos hechos así,
porque muchas cosas importantes de nuestra vida las conocemos a través del
testimonio de otros que nos lo aseguran: en cuestiones de transcendencia, que
nosotros no podemos demostrar por nosotros mismos, necesitamos fiarnos de los
demás.
No podemos demostrar personalmente, por ejemplo, que
el hombre llegó a la luna, aunque tenemos esa certeza; tampoco que existió Napoleón;
y así la mayoría de los conocimientos que poseemos, los sabemos porque nos
fiamos de personas que los han estudiado: los conocemos por fe humana.
Tampoco sabemos con certeza absoluta que somos hijos
de nuestros padres, pero nos fiamos de que fue así. E incluso, aunque conste el
lugar de nacimiento y la fecha, y exista parecido físico con nuestro padre.
Todo eso podría no haber sido así. Como también el día de nuestra llegada al
mundo. Porque existe la posibilidad de que nuestro padre hubiera ido otro día
al registro y no lo dijo, pero nos fiamos de su testimonio y del de otras
personas.
Muchos de los conocimientos adquiridos por el ser
humano a lo largo de su vida los asienta en la fe en la sociedad, o la fe en su
familia, que no tienen por qué engañarnos. También sucede lo mismo con lo que
Jesús nos dijo.
Aunque tenemos testimonios históricos que nos
aseguran que las cosas fueron así. Y además nos damos cuenta de que estamos
hechos con pedacitos de Dios. La inteligencia, la libertad, la capacidad de
amar y de entregarnos y un largo etcétera.
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32
Domingo T. O. C
–Primera Lectura
El Rey del universo nos resucitará para una vida
eterna
Mac 7, 1-2.9-14
–Salmo
Responsorial
Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor.
Sal 16, 1. 5-6. 8 et 15
(: 15b)
–Segunda
Lectura
Que el Señor os dé fuerza para toda clase de
palabras y obras buenas
2 Tes 2, 16-3, 5
–Aleluya
Jesucristo es el primogénito de entre los muertos;
a él, la gloria y el poder por los siglos de los
siglos
Ap 1, 5a. 6b
–Evangelio
No es Dios de muertos, sino de vivos
Lc 20,
27-38
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