miércoles, 18 de marzo de 2009

"LIBERATOR" (IV Domingo de Cuaresma)


Nos cuenta la Sagrada Escritura cómo el pueblo de Israel seguía sin hacer caso a lo que el Señor les decía (cfr. Cro 36,14-16. 19-23: Primera lectura).

Efectivamente, el Señor nos habla porque quiere nuestra felicidad. Él, mejor que nadie, sabe lo que nos conviene porque nos ha creado.

AVISOS

Pero Dios no abandona a su pueblo. Ni nos abandona a nosotros. Nos dice el libro de las Crónicas que envió sus mensajeros porque le daba pena de lo mal que iban los suyos.

El Templo, que era el orgullo del pueblo judío, el monumento más representativo, fue arrasado, reducido a pavesas. Tuvieron que dejar todo e irse a Babilonia.

Así estaba el pueblo de Israel porque no quiso oír los avisos de Dios.

Estando allí, lejos de su ambiente, los judíos empezaron a echar de menos su vida anterior.

Se lamentaban de su situación. Como desgraciadamente también les ocurrió más tarde con el holocausto. Entonces, algunos pasaron, de la noche a la mañana, de ser los más ricos de Europa a vestir de harapos en un campo de concentración en Alemania.

DIOS TE AYUDARÁ

Dios nos ayuda estemos como estemos. Pero la mejor forma de volver es no irse. Por eso podemos repetir el Salmo: que se me pegue la lengua al paladar si ahora no me acuerdo de ti (Sal 136: responsorial).

Escucha la voz de Dios, lo que nos dice san Pablo, ahora puedes vivir con Cristo, el liberador (cfr. Ef 2,4-10: Segunda lectura).

EL LIBERADOR

Dios le envió al pueblo elegido un rey, que se llamaba Ciro, para que reconstruyera el templo y volvieran a su patria.

A nosotros nos ha enviado un liberador, que está aquí, ahora, con nosotros. Él nos mira desde el sagrario y nos dice: la luz vino al mundo y los hombres prefieren las tinieblas porque sus obras son malas (cfr Jn 3,14-21: Evangelio de la Misa).

Al que actúa bien no le importa que se vean sus obras. En cambio, el que actúa mal prefiere ocultar lo que hace. No quiere que se vean sus fallos.

Por eso, si queremos que Dios nos libere, tenemos que ser transparentes. Acudir a la luz. Venir aquí, al Sagrario, y preguntarle al Señor en qué cosas tengo que mejorar.

Como María. Ella se entregó cuando era adolescente y a los 50 seguía en plena forma.
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