Con frecuencia el pueblo elegido por Dios tenía debilidades, y el Señor les pedía que se convirtiera (cfr. Primera lectura de la Misa: Ez 1,25-28).
Los buenos israelitas le daban gracias al Señor porque siempre tenía misericordia de ellos y les enseñaba el camino correcto (cfr. Salmo responsorial: 24).
San Pablo, que era judío, habla a los cristianos para que tengan los mismos sentimientos de Jesús (cfr. Segunda lectura: Flp 2,1-11).
Y los sentimientos del corazón del Señor son de humildad: se sometió al querer de Dios Padre, haciéndose obediente hasta la muerte. Porque la obediencia es prueba de la humildad.
En nuestro caso, si queremos convertirnos y tener los sentimientos del Señor, hemos de hacer caso a Dios.
Somos humanos y habitualmente nos molesta hacer la voluntad de otro. Y muchas veces lo que más nos molesta no es hacer una cosa concreta, sino que nos la mande alguien.
Como estamos inclinados al orgullo, hacemos más a gusto lo que nadie nos manda. Y si tenemos que obedecer, nuestra primera reacción puede ser de rebeldía.
Pero podemos rectificar tal y como dice el Señor en el Evangelio (cfr. Mt 21,28-32). A Jesús le agrada que recapacitemos.
Por eso la conversión no puede darse sin la obediencia, que es una virtud que nos asemeja al Hijo de Dios hecho hombre.
El verbo obedecer viene de otro verbo latino que significa oír. Obediencia procedería de audiencia.
Algunas personas elegidas por Dios tuvieron debilidades, como es el que caso de David. Y hay gente que ha tenido experiencias como las tuvo este santo rey, que también fue pecador, pero se arrepintió.
Otras personas en cambio querían hacer cosas buenas por Dios, pero no escuchaban la voz del Señor. Este fue el caso del primer rey de Israel. Y Dios no quería sus sacrificios sino su obediencia.
La Virgen ha sido la persona que ha tenido el oído más fino: a Ella le pedimos nuestra conversión.
Ver homilía extensa
Los buenos israelitas le daban gracias al Señor porque siempre tenía misericordia de ellos y les enseñaba el camino correcto (cfr. Salmo responsorial: 24).
San Pablo, que era judío, habla a los cristianos para que tengan los mismos sentimientos de Jesús (cfr. Segunda lectura: Flp 2,1-11).
Y los sentimientos del corazón del Señor son de humildad: se sometió al querer de Dios Padre, haciéndose obediente hasta la muerte. Porque la obediencia es prueba de la humildad.
En nuestro caso, si queremos convertirnos y tener los sentimientos del Señor, hemos de hacer caso a Dios.
Somos humanos y habitualmente nos molesta hacer la voluntad de otro. Y muchas veces lo que más nos molesta no es hacer una cosa concreta, sino que nos la mande alguien.
Como estamos inclinados al orgullo, hacemos más a gusto lo que nadie nos manda. Y si tenemos que obedecer, nuestra primera reacción puede ser de rebeldía.
Pero podemos rectificar tal y como dice el Señor en el Evangelio (cfr. Mt 21,28-32). A Jesús le agrada que recapacitemos.
Por eso la conversión no puede darse sin la obediencia, que es una virtud que nos asemeja al Hijo de Dios hecho hombre.
El verbo obedecer viene de otro verbo latino que significa oír. Obediencia procedería de audiencia.
Algunas personas elegidas por Dios tuvieron debilidades, como es el que caso de David. Y hay gente que ha tenido experiencias como las tuvo este santo rey, que también fue pecador, pero se arrepintió.
Otras personas en cambio querían hacer cosas buenas por Dios, pero no escuchaban la voz del Señor. Este fue el caso del primer rey de Israel. Y Dios no quería sus sacrificios sino su obediencia.
La Virgen ha sido la persona que ha tenido el oído más fino: a Ella le pedimos nuestra conversión.
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