Al hablar de algún monarca se dice que es «su graciosa majestad».
Y no es que la reina de Inglaterra sea especialmente divertida, sino porque algunas cosas las concede, gratuitamente, graciosamente.
Al no tener obligación de hacerlo: lo realiza movida por su generosidad.
El Evangelio nos habla de un señor que da una propina generosa a algunos que trabajan para él (Mt 20,1-16).
Pero los compañeros que no han recibido la gratificación se quejan de que sólo los que ganan menos han recibido un plus.
Les parece injusto porque aquellos no han trabajado a jornada completa y acaban recibiendo lo mismo.
Quizá muchos de nosotros hubiéramos dicho lo mismo que esos trabajadores del campo que protestaban.
Y por eso el profeta Isaías dice que Dios tiene otra forma de pensar distinta a la nuestra (Primera lectura de la Misa: Is 55,6-9): «mis planes no son vuestros planes».
El caso es que Dios no da porque tenga obligación, sino porque le da la gana. En definitiva es porque nos quiere.
Amar es regalar, tienen como lema algunos grandes almacenes. Y ojalá que nos regalaran algo cuando vamos, en vez de tener que pagar. Pero el Señor no nos incita a regalar, para sacar negocio. Nos invita a pensar en los demás.
Así actuaron los santos (cfr. Segunda lectura: Flp. 1,20c-24.27a). Nos imaginamos a la Virgen siempre dando, sin esperar nada: Ella si que es graciosa.
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