En aquel tiempo el Señor dio de comer a su pueblo un pan que nadie conocía.
Este pan era símbolo de otro, el de la fiesta que celebramos hoy.
Dice la Escritura que el hombre no sólo vive del pan natural, sino de otro tipo que es el pan sobrenatural.
A este alimento del cielo le llamamos Corpus Christi: el Cuerpo de nuestro Señor que se nos da como «verdadera comida» (Jn 6, 55: Evangelio de la Misa).
Este Cuerpo se compone de cabeza y miembros, que están unidos.
Esto lo explica muy bien san Pablo: «aunque somos muchos formamos un solo cuerpo» (1 Cor 10, 17: Segunda lectura de la Misa).
El Corpus es alimento para que crezcamos, nos hace vivir una vida distinta y eterna. «El que come de este pan vivirá para siempre» nos dice Jesús (Jn 6, 58).
Este alimento nos lo deja el Señor para tener fuerza y superar las dificultades: los desánimos, el cansancio.
En definitiva, nos lo da para llevar una mejor calidad de vida sobrenatural.
Nos deja un pan de esta vida que nos lleva a la otra. No solo eso, sino que quería estar con nosotros hasta el fin de los tiempos.
Dios quería ser nuestro. Y para eso, se hace alimento, algo que se come y que llega a formar parte íntima de cada uno, se hace uno con nosotros.
Y, luego dicen que el verbo comer no es poético. El amor nos lleva a comer al Señor.
Este Cuerpo se formó en la Virgen María. De alguna manera misteriosa Ella también está presente en la Eucaristía.
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