El ser humano se acostumbra a todo: tanto al bien como al mal.
La gente de Nazaret se acostumbró a la presencia de Jesús. Esto es lo que pasa a la gente vulgar que no es capaz de darse cuenta cuando tiene a una persona extraordinaria (cfr. Evangelio de la Misa: Mc 6,1-6).
También a nosotros nos puede ocurrir que valoremos más a la gente con la que no hemos vivido. “Nadie es grande para su mayordomo” dice el refrán.
Jesús se queja de la falta de fe, que hace que no se descubra el paso del Señor por nuestra vida.
De todas formas siempre se nos dan oportunidades. Incluso la gente de Nazaret se dio cuenta de Jesús que hacía milagros, y de que hablaba con sabiduría, pero no lo valoraban, porque había vivido con él.
El Señor le dijo al profeta Ezequiel: Te hagan caso o no te hagan caso “sabrán que hubo un profeta en medio de ellos” (cfr. Primera lectura de la Misa: Ez 2,2-5).
Efectivamente de alguna forma nos damos cuenta de que algo pasa, pero sin fe resulta todo confuso, como les ocurrió a los de Nazaret, que se escandalizaban.
Hace falta tener los ojos puestos en el Señor (cfr. Salmo responsorial: 122) para valorar a las personas y a los sucesos de nuestra vida. Y esto se consigue en la oración mental. El verano es un buen momento para ejercitarse: mirar a Dios y sentirse mirado por él.
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