Los sentimientos del hombre son tan fluctuantes, como las mareas del mar. No podemos extrañarnos que haya en nuestra vida momentos de alta mar y otros de baja mar, tormentas y bonanza.
Ante las situaciones difíciles se puede reaccionar de distintas maneras: dramatizar, tomándose las cosas a la tremenda; o por el contrario, fiarse de Dios, que saca bien del mal.
SUFRIR CON CABEZA
Si te paras a pensarlo un poco. ¿Qué sentido tiene el tatuaje, perder kilos o echar horas a quemarse bajo el sol? Ninguno. Pero como dice un refrán: para presumir hay que sufrir.
Ir de compras y comprar barato debe ser una cosa muy costosa.
Hay personas que se sacrifican por vanidad:
-Me han mirado.
-¿Y qué? No se van a casar todos contigo, ni te van a echar monedas.
En esta vida todos se sacrifican. Pues, vamos a hacerlo por cosas que merecen la pena. Vamos a sacrificarnos por amor a Dios y por amor a los demás.
LA TEMPESTAD
En la vida de nuestro Señor no faltaron las dificultades. El Evangelio de hoy nos cuenta que mientras cruzaba con sus discípulos a la otra orilla del lago, “se levantó un huracán, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua” (Mc 4, 35-40: Evangelio de la Misa).
Así fue la vida de nuestro Señor: en algunos momentos parecía que todo se hundía.
Esto me traía a la memoria lo que me contó un marino amigo. En una de las veces que dio la vuelta al mundo en el Juan Sebastián El Cano:
-Las olas, decía, eran de 14 metros. Fue la vez que peor lo he pasado y que más he rezado. Nadie podía dormir ni comer. Caminábamos por las paredes del barco. Ha sido la peor pesadilla de mi vida. Pero, gracias a Dios, después de dos días que parecían que no terminarían nunca, vimos la luz del sol.
Así fue la vida de nuestro Señor, aunque más que una tempestad en el mar fue que el Señor murió en la Cruz, pero resucitó (cfr. Segunda Lectura de la Misa: 2 Cor 5, 14-17).
Los apóstoles estaban muy desconcertados, no entendían nada: “¿Pero quién es este? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!” (Mc 4, 35-40: Evangelio de la Misa)
EL SEÑOR BENDICE CON LA CRUZ
Lo mismo le pasó a Job, que es figura de Cristo. Le pasó de todo. No sólo perdió a sus 7 hijos y a sus 3 hijas. También se quedó sin los 500 bueyes, las 7000 ovejas y los 3000 camellos que tenía. Se quedó sin nada.
Y cuando creyó que ya no podía sufrir más, vio con dolor que sus amigos le echaban en cara que no era una buena persona:
-si te pasa esto, le dicen, es porque Dios no está contigo.
El pobre Job estaba muy acosado, estaba como en una tormenta. Así se lo explica Dios. Le dice: -lo que te sucede no es culpa tuya, no te preocupes. Lo que pasa es que estás metido en una tormenta. (cfr. Primera Lectura: Job 38, 1. 8-11).
En la vida hay momentos de bonanzas y de tempestades. Hay que estar preparados. El que sale a la mar ya sabe lo que hay, sabe perfectamente lo que se puede encontrar.
Debemos prepararnos y construir nuestra casa sobre roca, sobre Cristo. Así, los sentimientos no son los que arrastran. Es la voluntad, la decisión, la que debe mantenerse firme y tirar de los sentimientos.
LA SOLUCIÓN ES EL AMOR
Pero no se trata de crecer en capacidad de sufrimiento, sino de crecer en capacidad de Amor. La persona que está enamorada de Cristo no tiene miedo al sufrimiento. A las madres no les importa soportar todo tipo de dificultades por amor a sus hijos.
El Señor es siempre la solución de nuestra vida. Así lo asegura el salmo: “gritaron al Señor en su angustia, y los arrancó de la tribulación. Apaciguó la tormenta en suave brisa, y enmudecieron las olas del mar.” (Sal 106, responsorial).
Una persona piadosa sale de todo, aunque sea poco fuerte, aunque se vea muy débil. Si es piadosa sale siempre adelante. Los que no se rompen es porque su amor a Dios es mayor que lo que tenían que padecer.
Jesús quiso que su Madre estuviera junto a Él en la cruz. Ella ante tanto sufrimiento, se fio de Dios.
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