Respondiendo a las preguntas que le hicieron unos griegos, Jesús resume su vida: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, dará mucho fruto» (Jn 12, 24: Evangelio de la Misa de hoy).
Explica a los que quieren verle en qué consiste lo que ha venido a hacer a esta tierra: morir para dar fruto.
EL GRANO QUE MUERE
Jesús dice que él es el grano de trigo que muere. El grano de trigo tiene que pudrirse y morir para que surja la espiga, y luego se pueda hacer el pan.
Porque Jesús se hace Pan para nosotros. Por eso la Eucaristía está muy unida a la Pasión, porque es el Cuerpo de Cristo que muere para darnos vida.
EL VERDADERO MANÁ
Jesús es Pan, y comiendo su Cuerpo, que es la Eucaristía, comemos a Dios.
No es metáfora que Jesús muera para darnos vida, para alimentarnos. Está aquí. Es verdad.
Jesucristo es el Hijo de Dios que baja del cielo como alimento. Es el verdadero maná.
MORIR PARA DAR FRUTO
Muere para que nos alimentemos. Y nosotros, que somos cristianos, también podemos ser trigo que muere por los demás.
Nosotros tenemos que hacer lo que hizo Cristo. Morir por los demás. Así también resucitaremos para la Vida eterna.
MORIR POR LOS DEMÁS
Hay un santo que hizo exactamente lo mismo que Jesús, hace sólo 70 años.
Se llamaba Raimundo Kolbe. Es más conocido por Maximiliano, nombre que adoptó cuando ingresó en el seminario de los padres franciscanos.
Se ordenó sacerdote. Estuvo en Japón de misionero. En 1936 regresa a Polonia y tres años más tarde, durante la Segunda Guerra Mundial, es apresado junto con otros frailes y enviados a campos de concentración en Alemania y Polonia.
Poco después es liberado y, de nuevo, hecho prisionero en 1941. Termina en el campo de concentración de Auschwitz.
El régimen nazi buscaba despojar a los internados de su personalidad, tratándolos de manera inhumana, como si fueran un simple número. San Maximiliano tenía el número 16670.
A pesar de las dificultades, sigue ejerciendo su ministerio, ayudando a los demás en lo que puede, y manteniendo la dignidad de sus compañeros.
La noche del 3 de agosto de 1941, uno de los prisioneros de su sección se escapa. Entonces, el comandante del campo, como represalia, ordena escoger a diez prisioneros cualesquiera para matarlos.
Entre los hombres elegidos, hay uno casado y con hijos. San Maximiliano, que no se encontraba entre los diez, se ofrece voluntario para morir en su lugar.
El comandante acepta el cambio y el santo es condenado a morir de hambre junto con los otros nueve. Diez días después, el 14 de agosto, lo encuentran todavía vivo, le ponen una inyección letal y muere.
Juan Pablo II, que lo canonizó en 1982, dijo en el campo de concentración donde murió: Maximiliano Kolbe hizo como Jesús, no sufrió la muerte sino que donó la vida.
Terminamos con la Virgen. Unos meses antes de ser hecho prisionero el padre Kolbe escribió: sufrir, trabajar, morir como caballeros, no con una muerte normal sino, por ejemplo, con una bala en la cabeza, sellando nuestro amor a la Inmaculada, derramando como auténtico caballero la propia sangre hasta la última gota, para apresurar la conquista del mundo entero para Ella. No conozco nada más sublime.
No hay comentarios:
Publicar un comentario