En la actualidad Dios sigue llamando, y lo hace como casi siempre: en el silencio y a través de otras personas que nos lo presentan.
He de reconocer que algunos de los que estamos aquí hemos sido llamados a la amistad con Dios de esas dos formas.
LA LLAMADA
Nos cuenta la Sagrada Escritura que un chico llamado Samuel aún no conocía cómo hablaba el Señor (cfr. 3,3b-10.19: primera lectura de la Misa).
Fue el sacerdote Elí quien entendió que Dios llamaba a aquel chico. Por eso le dio el consejo de que cuando oyese algo dijera: –«Habla, que tu siervo te escucha».
Y éste fue el inicio de la amistad del Señor con Samuel.
También nos relata el Evangelio el encuentro de Jesús con dos jóvenes: Juan y Andrés.
Estos dos chicos fueron intermediarios para que otros conocieran a Jesús (cfr: Jn 1,35-42: en la Misa de hoy). Más tarde todos ellos serían amigos de Dios.
EL RECEPTOR
Ya se ve que Dios suele hablar bajito. Y sólo es posible escucharle si nuestro interior es un receptor que no está dañado.
Juan Pablo II hablaba de «la teología del cuerpo». Y así es: nuestro cuerpo es un instrumento de alta tecnología espiritual, que si sufre alteraciones no podrá escuchar la voz de Dios.
Admiramos los grandes templos de Roma o Estambul, que han servido de encuentro con Dios.
Pero el templo más preciado por el Señor es nuestro cuerpo: allí puede habitar el Espíritu Santo, o puede ser un santuario vacio o profanado (cfr. 1 Co 6,13c-15ª.17-20: segunda lectura de la Misa).
Lo primero es comenzar con un tiempo dedicado a Dios, esto serán nuestros encuentros en primera fase. Luego vendrá la amistad.
MAESTRA DEL SILENCIO Y DE LA ESCUCHA
Desde que tuvo uso de razón María estuvo atenta a la voz de Dios. Y era tan fluido ese diálogo, que el mismo Señor quiso habitar materialmente en su cuerpo. Cómo en nuestro caso cuando recibimos la Comunión.
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