El adviento tiene dos protagonistas importantes. El primero es un profeta. Y el segundo «es más que un profeta» (Lc 7,26).
El profeta es Isaías. Siglos antes de que ocurriese nos habla del primer adviento de la historia, la primera venida del Señor.
Nos dice por ejemplo: «El Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una virgen está encinta y va a dar a luz un Hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel» (Is 7,14). Emmanuel significa Dios con nosotros.
Y siete siglos después, una joven virgen llamada María fue visitada por el Arcángel Gabriel, que le anunció que daría a luz un hijo, que sería llamado Hijo de Dios (cfr. Lc 1,31-32).
Isaías es el profeta que anuncia con más claridad la figura de Jesús. Por eso san Agustín comenta que algunos decían que parecía un evangelista.
Y escribió Isaías : «Preparadle un camino al Señor» (Primera lectura de la Misa: Is 40,1-5-.9-11.
Inspirado por el Espíritu Santo el profeta había predicho que un hombre prepararía el «camino» para el Señor.
Estaba profetizado y se cumplió: el ingeniero que tenía que allanar la sendas de Jesús fue Juan el Bautista. Él es el principal personaje del Adviento.
Juan «predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados» nos dice el Evangelio (de la Misa: Mc 1,1-8).
Y esto es lo que tenemos que hacer nosotros en este tiempo: buscar nuestra conversión acudiendo a la misericordia de Dios.
Por eso le decimos al Señor con el Salmo (84: Responsorial de la Misa):
–«Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación».
La Iglesia nos pone a nuestra consideración la figura del Bautista, para que nosotros en este tiempo nos preparemos limpiándonos de nuestros pecados.
No se trata de un simple lavado superficial, el Señor nos pide una cambio interior que elimine las manchas de nuestra alma.
En un programa de radio en el que se hablaba de las manchas, una de las que participaba en la tertulia decía a los varones que estaban allí presentes:
–Los hombres habláis de cómo se producen las manchas pero somos las mujeres las que decimos cómo se quitan.
A nosotros nos puede ocurrir lo mismo: que hablamos de las cosas que van mal en nuestra vida, pero no nos decidimos a quitarlas. Cuando es muy fácil: para eso está el sacramento de la penitencia.
Hay gente que piensa que los errores se limpian pasando página y seguir haciendo cosas como si no hubiera pasado nada.
Todas las cosas que hacemos, si no nos sirven para que seamos mejores, no sirven para nada. Porque hacer cosas es muy importante, pero más importante es el ser.
Estamos en un ambiente superficial en el que cuenta sobre todo la apariencia: ya no es el homo sapiens sino el homo faber: el que hace cosas.
Precisamente, hace pocos días le hacían una entrevista a una mujer famosa en la vida política en la que decía: a mí, lo que me interesa es el hacer, no el ser.
Esta persona se define a sí misma como rígida. En el colegio decían de ella las monjas que era muy orgullosa. Hay bastantes anancásticos, enfermedad de personas fieles, perfeccionistas.
Lo que Dios nos pide a nosotros es que convirtamos el hacer en el ser. Que las obras sean manifestación de que somos buenas personas, gente con buen corazón
Eso nos llevará a buscar ser amables más que ser perfectos. No gente a la que se admira sino a la que se quiere.
No se trata de aparentar amabilidad, sino de tener buen corazón
Por eso, me gustó que esa mujer famosa dijera que ella no tenía enemigos sino oponentes políticos. Y de otra, que está en un partido opuesto dijera: –Somos amigas.
Igual que es conocido que son amigos los dos grandes rivales del tenis actual: Nadal y Federer. Esto da alegría porque es cristiano.
Y da mucha pena lo que decía el Señor: Y los enemigos del hombre serán los de su misma casa. (Mt 10,36). Hay mucha gente que se lleva muy bien con los extraños pero son inaguantables en su casa. Ésta es la conversión que nos pide el Señor: una conversión de dentro y de fuera.
San Josemaría decía que la superficialidad no es cristiana. Estamos en una sociedad muy volcada en el exterior. Hay mucha gente que tiene alma de portera, que se interesa sólo por lo que viene y lo que va, pero reflexiona poco: vive muy al día.
Si queremos convertirnos, tenemos que pensar y hacer pensar: reflexionar. Muchas veces, lo que hace el Señor es que reflexionemos: el hijo pródigo volvió con su padre porque reflexionó sobre su situación.
Pensar y hacer pensar. Es muy contrario al fundamentalismo, propio de gente de mentes estrechas que sólo funcionan con el principio de autoridad: Lo que no viene de arriba no es bueno, o no puede ser tomado en consideración.
Esto ahoga el espíritu de iniciativa.
Los fundamentalistas dicen que hay que ir a los fundamentos de la fe y que sólo la Escritura es importante.
El mundo islámico recibe el fundamentalismo con emoción pues el Corán viene de Dios Textualmente: hasta la materialidad del libro.
Pero eso no es así: Dios da la inteligencia. Es verdad que la Escritura viene de Dios, pero la conocemos por otros hombres, por tradición.
Y además otras personas nos la interpretan: la homilía siempre ha sido un elementos clave para los cristianos.
Conversión en profundidad: pensar y hacer pensar. No es un lavado superficial.
Por eso Juan el Bautista aclaraba que el Señor no bautizaría con agua sino «con Espíritu Santo» que es el que nos hace recapacitar y nos convierte.
La figura de Juan es una de las más interesantes de la Historia. Mucha gente acudía a él, pero no se dejó llevar por la vanidad: no buscó el triunfo humano. Claramente avisó que él no era el que esperaban.
La humildad de este hombre fue heroica. No busca sobresalir. Cuando el Señor entra en escena, Juan desaparece. Y les cede sus mejores discípulos a Jesús.
La humildad no es una virtud que se lleve en la actualidad. Se busca el triunfo, no se entiende que un fracaso pueda beneficiarnos.
Estamos en una sociedad «mediática» donde las niñas ya no quieren ser princesas sino modelos famosas: para que se fijen en ellas. Se cultiva muchísimo la imagen, y hay clínicas de embellecimiento, donde se arreglan la patas de gallo y los códigos de barras de la cara, y se estira todo lo estirable.
La imagen es fundamental para esta generación en la que vivimos. Hay especialistas en imagen, y hay nuevas enfermedades por motivo de la imagen.
Por eso Juan el Bautista no está bien considerado. Algunos han dicho de él que era «un energúmeno peludo» y que gritaba mucho. Sin embargo el Señor lo alaba al máximo, porque era un hombre coherente: decía lo que había que decir, y no lo que pegaba.
Se podría decir que Juan el Bautista era un tanto original. Por como vestía, por las cosas de las que hablaba...
También pasa esto hoy: que a las personas coherentes se las puede tachar de originales, de frikis.
San Pablo, San Martín de Tours, San Francisco, Santa Teresa, Santa Catalina, el Santo Cura de Ars, San Juan Bosco, Juan Pablo II... todos ellos tienen una cosa en común que son un poco frikis.
Es que el Señor es un poco friki: es el fundador de los frikis.
El cristianismo organizado viene después pero los santos siempre han sido revolucionarios.
Le decimos al Señor: –¿Cuando llegara mi conversión?
No es previsible. Las cosas del Señor llegan cuando llegan.
Por su parte San Pedro nos habla de la segunda venida del Señor: «del día del Señor» que «llegará como un ladrón» (Segunda Lectura de la Misa: 2P 3,8-14).
Había gente que esperaba que el Jesus volviera de inmediato, y San Pedro escribe que «para el Señor un día es como mil años», que lo que debían de hacer es llevar una vida santa.
Nosotros nos preguntamos: –¿cuando vendra mi conversion?
Pero lo importante es llevar una vida santa, hoy.
En la actualidad poca gente espera la llegada del Señor. Un obispo comentaba que los grandes almacenes se han cargado el adviento. Efectivamente ya han puesto los adornos de Navidad antes de que empezara el adviento.
El adviento no vende, pero es necesario. Hay que prepararse, como se preparó la Virgen para el nacimiento de Jesús. Ella quiere contar con nosotros para preparar la venida del Señor, la Navidad 2020-2021, aunque la gente nos vea un poco frikis.
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