Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada encima de un monte.
Es una imagen muy clara que nos pone el Señor y que he podido comprobar en un viaje.
En el tramo entre Madrid y Zaragoza hay un momento en que se divisa una llanura que tiene un montículo y encima hay un castillo ocupando toda la superficie de la pequeña montaña. Se ve desde todos los lados, es imposible no darse cuenta de que está ahí.
La vida de una persona que tiene amistad con Dios no pasa desapercibida.
Al considerar esto, al pensar que hay muchas personas que dependen de nosotros para ser felices... Y al comparar esa realidad con nuestros defectos, es fácil pensar que es algo desproporcionado entre lo que Dios nos pide y lo que somos. El el momento de centrarnos en Jesús. Tranquilos: los modelos no somos nosotros.
En la Constitución apostólica Lumen gentium del Concilio Vaticano II, explica como la Iglesia ilumina el mundo con la luz de Cristo, lo mismo que la luna que nos ilumina, pero la luz viene del sol.
Nosotros estamos llamados a ser la luz del mundo, llamados a reflejar la luz de Cristo y para eso debemos estar llenos de Él. Tenemos que reflejar una luz que no es nuestra.
Esa es la finalidad que tienen las prácticas de piedad, desde la más grande como la Misa, hasta la más pequeña como el ofrecimiento de obras. Si las cuidamos reflejaremos la luz de Dios.
María nos marca el camino para actuar como Dios quiere. En la catedral de Granada aparece un conocido cuadro de Alonso Cano en el que se ve a la Virgen con los brazos entrecruzados recibiendo la luz del Espíritu Santo que viene desde el cielo y que le entra en el corazón.
Nuestra Madre recibió no la luz de Dios, sino a Dios mismo, por eso reluce tanto. A ella le pedimos que durante el paso por esta tierra dejemos huella no cicatrices:
–Madre mía que los malos seamos buenos, y los buenos sean simpáticos.
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