Jesús es la Palabra que procede de Dios
Moises recibió la palabra de Dios en un monte, y anunció la llegada de un Profeta grande. Jesús también en una montaña se presenta como ese Profeta esperado. La diferencia es que Él mismo era la Palabra de Dios. Los que vinieron antes fueron intermediarios de la divinidad. Jesús era el mismo Dios. Por eso afirma con autoridad: a los antiguos se le dijo esto; pero yo os digo... (cfr. Mt 5, 17-37).
Tenemos la suerte de que la Palabra divina, Jesús, ha venido a la tierra para anunciar «el Evangelio de Dios». El término «evangelio» viene de los «mensajes» de los emperadores. Esas proclamas se llamaban así, «evangelios». No eran solamente anuncios, sino que se pensaba que al proceder del emperador eran mensajes de «salvación».
Evangelio de Dios
Los emperadores se consideraban dioses. Trataban a todo el mundo con altanería. Creían que lo que ellos proclamaban, sus «evangelios», tenían la suficiente autoridad como para ser considerados no solo como palabras sino como «hechos». Porque lo que mandaba el emperador «tenía que llevarse a la práctica». Había como un cierto aire de superioridad en lo que ellos hacían y mandaban.
En aquella época el orgullo caía bien, y la virtud de la humildad era desconocida. Los emperadores romanos pensaban que era dioses. Y es ridículo creer que un hombrecillo altanero vaya a salvar al mundo con sus palabras.
Sin embargo San Marcos dice que lo que Jesús predicaba era el «Evangelio de Dios», porque Él puede salvarnos a cada uno de nosotros (cf. Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, p.74ss).
Jesús es Dios que salva
Por lo visto hace años, un profesor de la universidad pidió voluntarios para hacer trabajos sobre di- versos temas. Y como era un anticristiano combativo cuando enunció el título de «la Moral Católi- ca», se produjo en la clase un silencio que se cortaba. Pero un chico se levantó y dio su nombre para hacerlo. Y el día señalado para la exposición oral del trabajo, había cierta expectación, y todo el mundo esperaba que criticase a la Iglesia para congraciarse al profesor. La sorpresa fue grandísi- ma cuando este chico hizo una exposición muy clara del catolicismo, sin que faltasen las respuestas a las críticas que el profesor había ido haciendo durante el curso. Y al terminar este alumno dijo:
–No he hecho nada más que documentarme, porque yo personalmente, soy judío.
La clase terminó allí sin más comentarios. Pero por lo visto este profesor se permitía, de vez en cuando, ridiculizar, como de pasada, algunos puntos del cristianismo.
Y en una de esas ocasiones, este chico —que era uno de sus mejores alumnos— le interrumpió: — Oiga, yo vengo aquí para aprender historia, no para sufrir su falta de respeto a las creencias de algunos.
Según contaba, sus inquietudes espirituales fueron en aumento. Casi todas sus preguntas tenían el mismo objeto: la divinidad del Señor. Por lo visto, aunque sus padres eran judíos no practicantes él, cuando tenía catorce años, había sentido un gran deseo de buscar a Dios. Y empezó a practicar el judaísmo. Entonces recibió clases de un rabino, ya anciano, que le tenía mucho cariño. Pero este chico buscaba más, y no encontraba respuesta. Se preguntaba: ¿y las promesas de Dios a Israel? ¿Y el Mesías?
Aquel rabino anciano le dio entonces un consejo sorprendente, que no se le olvidaría. Le dijo el rabino: —Busca a Cristo. Yo ya soy viejo; si tuviera tu edad buscaría al Jesús de los cristianos.
Y pasado algún tiempo, un buen día fue a ver al sacerdote católico que él conocía, y después de esa conversación le dijo a uno de sus amigos cristianos: —He decidido bautizarme: tengo la fe, creo que Jesús es Dios.
Lo que le sucedió a este chico también nos sucede a todos, pues la Palabra de Dios se ha hecho hombre y quiere una respuesta de nuestra parte.
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