Desde el principio tenía
que quedar claro
Al empezar su vida
pública, Jesús empieza a pedir perdón a su Padre en nombre de toda la
Humanidad, y lo hace yendo a recibir el bautismo de penitencia.
La vida del Señor no
tiene sentido si no está en relación con el pedir perdón. Por eso si algunos
negasen la existencia del pecado no le encontrarían sentido al sacrificio que
Jesús aceptó. No encontrarían sentido a toda la vida del Señor.
Precisamente esa es
la tarjeta de presentación que empleó Juan cuando quiso presentar a
Jesús a los que le seguían. Juan, cuando presenta a Jesús, dice a sus
discípulos: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn
1,29).
La sangre del Cordero
Jesús es el Cordero
que moriría por Pascua. Juan acertó, la sangre de Jesús –el Cordero pascual–
iba a ser la que lavara los pecados del mundo.
Jesús, en una
ocasión preguntó a dos, que también había sido discípulos de Juan: «¿Podéis
beber el cáliz que yo he de beber, y ser bautizado con el bautismo con el que
yo he de ser bautizado?»( Mc 10, 38). Jesús se refería a su muerte
en la cruz como un bautismo de sangre con el que nos iba a salvar.
Como Juan el Bautista
También nosotros
podemos no entender los planes de Dios, que parece que quiere humillarse ante
el mundo. Quizá nos escandalizamos de las humillaciones que recibe la Iglesia
de Cristo.
Quizá nos desconcierta
que los buenos ocupen el lugar de los pecadores. Por favor, meditemos el
Bautismo del Señor. Todo eso forma parte de un plan. Los mejores
miembros de la Iglesia de Cristo llevarán los pecados de sus hermanos. Así se
salvarán.
«Por el momento hemos
de actuar con toda justicia» y aceptar su voluntad, llena de sabiduría y
misericordia. Ya vendrá, después la resurrección.
Y después de ser
bautizado por Juan, también Jesús
es ungido por el Espíritu Santo.
Jesús es el Ungido
Cuando Jesús «sale
del agua» (cfr. Mc 1,10-11) se oyen las palabras de satisfacción de Dios
Padre, que ante la obediencia de Jesús exclama: «Tú eres mi Hijo, el amado,
en ti me he complacido».
Y una paloma reposa
sobre Él. Es en este momento en el que como Hombre recibe la «unción» reservada
a los sacerdotes y a los reyes de Israel (cf. Benedicto XVI, Jesús de
Nazaret, pp. 49-50).
Pero Jesús no es
ungido con aceite, sino con el Espíritu Santo, que en ese momento aparece en forma de una
criatura pacífica. Jesús recibe la unción del Espíritu Santo en el momento del
Bautismo, por eso es el Ungido, el Cristo, que habían esperado las personas
piadosas de Israel.
Hijos De Dios
En la vida del Señor,
el Bautismo es un momento de especial trascendencia. El cielo se rasga para
manifestar la personalidad del Hijo de Dios. En el Bautismo aparece toda la
Trinidad desvelando el misterio más grande de nuestra fe.
También nuestro
bautismo tiene mucha importancia. Entramos a formas parte de la vida intima
de la Trinidad. En la sangre de Cristo somos lavados, con el Espíritu Santo
somos ungidos, y en ese momento somos adoptados por el Padre, que nos
reconoce como hijos suyos.
La primera misión
Jesús recibe en el
Bautismo la unción del Espíritu Santo, con la que se le concede la dignidad de
Rey y de sacerdote en Israel. Desde aquel momento recibe una misión peculiar,
es el Mesías, el Ungido de Dios.
Para sorpresa
nuestra, la primera indicación que se le da es que vaya al desierto «para
ser tentado por el diablo» (Mt, 4, 1). Jesús tiene que superar allí
una gran prueba, y para prepararse reza. Es precisamente en el
recogimiento de la oración donde recibe las armas para luchar interiormente, y
ser capaz de no desviarse de su misión.
Jesús tiene que
reinar, pero no a través del poder, sino por medio de la humillación de la
cruz. La peor de las tentaciones es la del poder: mediante
Y como Sacerdote debía
realizar el sacrifico en su propio cuerpo. Jesús ora y se mortifica para no
desviarse de su camino de Rey crucificado. Satanás le presentará las glorias de
los triunfos humanos, pero Él las rechazó, porque les desviaría de su
misión: salvar a las almas con su bautismo de sangre y con su resurrección.
Al ver tantos
fracasos en la vida de los buenos cristianos podemos rebelarnos, sentir que
son los fieles a Jesucristo los que tendrían que tomar el poder, y ser
premiados en esta vida. Pero la mayoría de las veces no es así. No hay que
intranquilizarse si la verdad salga mal parada algunas veces.
Tenemos que ser
bautizados con la misma sangre de Cristo, beber de su cáliz. Ya vendrá la
resurrección de las almas. Pero no el poder y la gloria humana.
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