El corazón humano en esta tierra tiene unas ganas enormes de triunfar. San Juan llama a este deseo concupiscencia de los ojos, como si el hombre quisiera deslumbrarse por los focos del éxito.
Si le preguntas a las niñas, muchas te dirán que quieren ser famosas, y los niños, jugadores de un gran equipo de fútbol, que la camiseta con su nombre y número la lleve mucha gente en todo el planeta.
Las chicas quisieran tener una estrella en una avenida de Hollywood como las grandes actrices, y ellos desearían triunfar en una sola operación de bolsa, forrarse, y tener de novia a una supermodelo.
Los adultos, dependiendo, desean que les toque la lotería, o ganar unas oposiciones, disfrutar de una buena jubilación, tener una buena calidad de vida. Podíamos decir que es la aspiración del éxito a la medida de un pequeño burgués.
El diablo sabe de esa ansia que tiene el hombre por triunfar y lo quiere utilizar para conseguir su objetivo. Lo que busca con las tentaciones es que nosotros queramos ocupar el sitio de Dios. Eso es lo que el enemigo quiso: hacerse el amo.
Nos tienta para que nosotros nos parezcamos a él, seamos de su bando. Ocupar la silla de Dios. En la segunda tentación de Satanás a Jesús, se observa que lo que pretende el enemigo es, que el Mesías desee ocupar el sitio de Dios. Porque bien sabe el demonio que el hombre tiene muy arraigado el deseo de triunfar. Por eso el profesor John Dewey, uno de los más afamados filósofos que ha tenido los Estados Unidos, decía que el impulso más profundo de la naturaleza humana es “el deseo de ser importante” (cit. en la famosa obra de Dale Car- negie, Cómo ganar amigos e influir en las personas, edición de 1981, cap. 2).
Nos tienta para que nosotros nos parezcamos a él, seamos de su bando. Ocupar la silla de Dios. En la segunda tentación de Satanás a Jesús, se observa que lo que pretende el enemigo es, que el Mesías desee ocupar el sitio de Dios. Porque bien sabe el demonio que el hombre tiene muy arraigado el deseo de triunfar. Por eso el profesor John Dewey, uno de los más afamados filósofos que ha tenido los Estados Unidos, decía que el impulso más profundo de la naturaleza humana es “el deseo de ser importante” (cit. en la famosa obra de Dale Car- negie, Cómo ganar amigos e influir en las personas, edición de 1981, cap. 2).
Y ya que el ser humano tiene muy arraigado ese deseo de triunfar, lo que busca el demonio es que en vez de servir a Dios, nos “sirvamos de Dios” para conseguir todo. Como si Dios fuese un anillo de poder. Quiere el enemigo de nuestra alma que tomemos a Dios como un instrumento al servicio de nuestros fines. Así rebajamos a nuestro creador, tratándolo como un sirviente: algunas veces Dios sería tratado como un Servidor importante, pero no dejaría de ser un Criado al que utilizamos para nuestros fines.
En la segunda tentación, el diablo, que es bastante listo, no va de frente. Y viendo que Jesús es una persona virtuosa, utiliza la misma palabra de Dios, pero desvirtuándola.
Lo que busca es que el hombre desconfíe de Dios. Y para que el hombre pierda la esperanza en Dios tiene que empezar con una premisa. Lo que busca es que pongamos a prueba a Dios. ¿Dios te quiere o no te quiere? ¿Dios falla o no falla? ¿Dios está contigo o no está contigo? Venga, comprueba si Dios es fiable.
Pero Satanás no es tan burdo, lo que nos insinuará es:
–Seguro que Dios te hará triunfar. Humanamente, seguro que si estás con Dios te irá siempre bien. Incluso si te arrojaras desde un quinto piso Dios es tan bueno contigo que te salvaría.
Pero el demonio no es tonto y sabe que Dios respeta la ley de la gravedad, y si uno se tira de un quinto piso, el tortazo sería morrocotudo. Así, uno no se fía, ni de su padre. Para ser ángel tiene muy mala idea.
Algunos cristianos se sienten sin esperanza, porque después de años no consiguen tener éxito en los planes que se habían hecho.
Otros dejan de confiar en Dios porque en su familia ha sucedido una desgracia. Y puede que desde el fallecimiento de uno de sus parientes dejen de tener relación con Dios, porque no le perdonan que se los haya llevado de su lado.
Otros no entienden cómo les puede ir mal la situación profesional, con lo eficaz que podría ser su vida si tuviera un trabajo mejor.
Todas estas personas tienen en común una cosa: piensan que Dios les ha defraudado. Y algunos más descreídos pueden llegar a plantearse la existencia de un Dios que no debe ser ni tan bueno ni tan poderoso cuando no hace nada por ayudarles.
Otros dejan de confiar en Dios porque en su familia ha sucedido una desgracia. Y puede que desde el fallecimiento de uno de sus parientes dejen de tener relación con Dios, porque no le perdonan que se los haya llevado de su lado.
Otros no entienden cómo les puede ir mal la situación profesional, con lo eficaz que podría ser su vida si tuviera un trabajo mejor.
Todas estas personas tienen en común una cosa: piensan que Dios les ha defraudado. Y algunos más descreídos pueden llegar a plantearse la existencia de un Dios que no debe ser ni tan bueno ni tan poderoso cuando no hace nada por ayudarles.
Uno puede preguntarse por qué ocurre eso. Por qué hay gente que con el tiempo ha perdido la esperanza. Ya no confía en Dios como al principio. Las cosas no salen como había previsto en su juventud. Sin duda, han caído en las redes de Satanás.
El éxito humano, el dinero y nuestro ego son cosas buenas. Lo que hace el diablo, es intentar anteponerlas a Dios. Primero soy yo que Dios, primero mi “realización personal” que Dios, primero el dinero y después Dios.
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