viernes, 9 de noviembre de 2018

EL QUE LIMPIARÍA NUESTROS PECADOS


Efectivamente, los cristianos creemos que el Hijo de Dios se hizo Hombre en el tiempo. Precisamente la Historia se ha divido en dos mitades, antes y después de su “encarnación”. Hay muchos testimonios de su vida y de su muerte. Nació en una nación, que después de tantos siglos y persecuciones, todavía pervive, la hebrea.

Sabemos que los creyentes judíos, aun en el día de hoy, esperan la llegada del Mesías. Un rey que tendría que nacer en Belén y provendría de la familia de David.

Pues bien, los cristianos creemos que Jesús de Nazaret, nacido hace más de dos mil años, descendiente de ese rey es precisamente el Mesías, que es lo mismo que decir Ungido o Cristo (son palabras que significan lo mismo).

Desde muy antiguo, el nombre de Jesús se unió precisamente al de Cristo, porque los primeros fieles creían firmemente que Jesús era el Ungido de Dios, su Hijo y además descendiente de David, según la carne. Y por eso le llamaban entonces, como también hacemos hoy: “Jesucristo”, que venía a decir “Jesús es el Cristo”.

Jesús no es solo Dios, sino también perfecto Hombre. El último concilio ecuménico ha dejado constancia de que solo Él puede enseñar al hombre a ser hombre. No simplemente porque es nuestro Creador, sino porque ha querido encarnarse en el vientre de una mujer. En todo es semejante a nosotros, menos en el pecado.

Lo que no significaba que no tuviese tentaciones. Porque es muy humano ser tentado. Por eso, para explicar cómo podemos vencerlas, es también necesario conocer, cómo el Mejor de los hombres derrotó al enemigo.

Precisamente, esa era su misión al encarnarse: salvarnos de la esclavitud de Satanás. De hecho en su Nombre ya se declara qué es lo que venía a realizar. Pues “Jesús” significa “Yahveh salva”. Tendría que llamarse de alguna manera y ese era el nombre que más le cuadraba: era Dios y el Salvador.

Desde el inicio de su vida pública, queda claro que su Misión y su Persona estaban unidas: el Hijo de Dios que viene a quitar el pecado del mundo.

La Iglesia ha pensado que el bautismo de Jesús nos da “luz” sobre su vida. Y por eso, algún evangelista comienza el relato en ese momento, porque vendría a explicar todo el conjunto.

Porque el bautismo viene a significar lo que luego realizaría con su muerte y resurrección. Él anunció, que tenía que ser bautizado con un bautismo de sangre y al tercer día resucitaría de entre los muertos.

Con el bautismo de penitencia en el río Jordán, Jesús se sumerge, cargando con nuestros pecados, no con los suyos. El agua simbolizaba un sepulcro líquido, y el surgir de nuevo de ella, era símbolo de la resurrección de entre los muertos.

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