La cercanía de Dios nos pide siempre un nuevo cambio: todos somos pecadores.
A veces no resulta cómodo decir a una persona que tiene que cambiar. Por eso hay quien se resiste a hablar claro a los demás. Esto le sucedía al profeta Jonás, que pensaba que no le iban a hacer caso.
Pero acabó predicando la conversión en Nínive (la actual Bagdad). Él se resistía a ir para allá, y el Señor tuvo que llevarlo en el interior de una ballena, inventando así el primer submarino de la historia.
CONVERSIÓN EN MEDIO ORIENTE
Era necesaria la conversión de los ninivitas. Tenían que cambiar la mala vida que llevaban. Y para eso un hombre debía decirlo, porque el Señor utiliza instrumentos (cfr. Jon 3,1-5.10: primera lectura de la Misa).
CONVERSIÓN EN OCCIDENTE
Ahora es necesario que se dé un cambio en nuestra vida. Pero si vemos que no lo necesitamos –como le ocurría a los de Nínive– entonces es que nuestra conversión debe ser más urgente todavía.
Puede ser que Dios envíe a alguien para que nos diga: –No eres excesivamente malo, pero tampoco eres excesivamente bueno. Te estás volviendo tibio.
Aunque con toda seguridad nuestra vida no será así, porque vivimos como cristianos. Pero puede ser que nos dé miedo corregir, meternos en la vida de los demás.
PEQUEÑO JONÁS
Si huimos de colaborar en la conversión de los demás seríamos como Jonás. La palabra «metanoia», conversión, puede sonarnos a griego, porque no queremos saber nada de las enfermedades ajenas.
Pero a los cristianos el Señor nos ha puesto como médicos de urgencia: la gente que tenemos a nuestro alrededor necesita de nuestra ayuda. Y hay que darse prisa porque como dice San Pablo «la representación de este mundo se termina» (en segunda lectura de la Misa: 1Co 7,29-31).
LA RECETA
Es tan importante anunciar la conversión que esto fue lo primero que hizo Jesús: Él iba predicando «convertíos y creed en el Evangelio».
Si queremos que la gente cambie de verdad hay que hablarles del Evangelio. Y el cristianismo se puede resumir en tres palabras: amistad con Jesucristo. Esto es lo importante porque no se puede conseguir metanoia sin receta.
Pero acabó predicando la conversión en Nínive (la actual Bagdad). Él se resistía a ir para allá, y el Señor tuvo que llevarlo en el interior de una ballena, inventando así el primer submarino de la historia.
CONVERSIÓN EN MEDIO ORIENTE
Era necesaria la conversión de los ninivitas. Tenían que cambiar la mala vida que llevaban. Y para eso un hombre debía decirlo, porque el Señor utiliza instrumentos (cfr. Jon 3,1-5.10: primera lectura de la Misa).
CONVERSIÓN EN OCCIDENTE
Ahora es necesario que se dé un cambio en nuestra vida. Pero si vemos que no lo necesitamos –como le ocurría a los de Nínive– entonces es que nuestra conversión debe ser más urgente todavía.
Puede ser que Dios envíe a alguien para que nos diga: –No eres excesivamente malo, pero tampoco eres excesivamente bueno. Te estás volviendo tibio.
Aunque con toda seguridad nuestra vida no será así, porque vivimos como cristianos. Pero puede ser que nos dé miedo corregir, meternos en la vida de los demás.
PEQUEÑO JONÁS
Si huimos de colaborar en la conversión de los demás seríamos como Jonás. La palabra «metanoia», conversión, puede sonarnos a griego, porque no queremos saber nada de las enfermedades ajenas.
Pero a los cristianos el Señor nos ha puesto como médicos de urgencia: la gente que tenemos a nuestro alrededor necesita de nuestra ayuda. Y hay que darse prisa porque como dice San Pablo «la representación de este mundo se termina» (en segunda lectura de la Misa: 1Co 7,29-31).
LA RECETA
Es tan importante anunciar la conversión que esto fue lo primero que hizo Jesús: Él iba predicando «convertíos y creed en el Evangelio».
Si queremos que la gente cambie de verdad hay que hablarles del Evangelio. Y el cristianismo se puede resumir en tres palabras: amistad con Jesucristo. Esto es lo importante porque no se puede conseguir metanoia sin receta.
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