Dios al encarnarse quiso formar parte de una familia. Dice el Evangelio (de la Misa de hoy). «Los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor... Y cuando cumplieron lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret» (Lc 2,22-40).
Dios no es un ser solitario, forma una familia: el Padre, el Hijo y Espíritu Santo. No es de extrañar que Él, al hacernos a su imagen, haya querido que pertenezcamos a una familia. Por eso si queremos conocer a Dios, nos podemos fijar en una que esté unida y en la que se quieran.
EL HOGAR DE NAZARET
Aquella casa de Galilea, donde creció Jesús fue el cielo en la Tierra. Tendrían problemas económicos, pues eran pobres, y tuvieron que abandonar su país por cuestiones políticas... Externamente la familia de Jesús era una familia como la nuestra, pero en su vida puertas adentro algo especial ocurría. Algo maravilloso se guisaba en su cocina.
CONDIMENTOS PARA EL COCIDO
Misericordia, bondad, humildad, dulzura, comprensión: nos dice San Pablo que son los elementos indispensables para que funcione un hogar cristiano (cfr. Col 3,12-21).
En todas parte cuecen habas. En todas las familias hay problemas: unas veces por un motivo y otras veces por otro. Todos somos pecadores y damos la lata.
MISERICORDIA
Con un falso idealismo podemos pensar que los demás nos han fallado. No podemos asustarnos ante la enfermedades que hay en el alma de los demás: lo nuestro es curar. En el corazón debemos llevar la miseria de los demás. Como el Señor cargo con nuestros pecados.
BONDAD
Entrenarse en ser buenas personas. Responder al mal con el bien: tener la venganza de apedrear a la gente con avemarías.
HUMILDAD
Abajarse, como hizo el Señor. Que no nos importe que nos crucifiquen cada día en cosas pequeñas. Ya se darán cuenta de que les queremos.
DULZURA
Ser especialistas en decir las cosas con elegancia. La lengua hace daño, pero también hace mucho bien.
Y COMPRENSIÓN
Con el tiempo uno se da cuenta de que amar es comprender: ponerse en la piel, o en la camiseta de los demás.
CRECER
«El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría» (Lc 2,22-40). Es cierto que Jesús iba aprendiendo y llenándose de gracia. Pero también sus padres aprendían de Él. Lo que son las cosas: en una familia todos crecemos.
Acudamos confiadamente a la Virgen para conseguir que Ella ponga en nuestro corazón su misericordia: la forma de amar que le enseñó Jesús. Y nuestra familia tendrá siempre tocino de cielo.
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