Esto me recuerda lo que me contaron de un niño gallego que tiene siempre un apetito devorador. Esto le viene de familia.
El padre de Pepe –que así se llama este chico– le dijo un día a su hijo, en una de las ocasiones que lo llevó a un hotel: –Mañana desayunaremos de bufet.
–¿Y qué es eso de un bufet? Le respondió el niño.
Esa pregunta es parecida a la que nosotros podemos hacer: –¿Y qué será la vida eterna?
Pues el Señor la compara con un banquete, porque la satisfacción que da la buena mesa todo el mundo la entiende. Cada vez se valoran más los buenos cocineros.
Y para ganarnos la felicidad del Cielo el Señor nos concede un tiempo de prueba en esta tierra.
Lo importante no es que uno sea inteligente, guapo, rico, etc. Lo importante es que aprovechemos bien esas cualidades para obtener la felicidad.
El Señor en el Evangelio (de la Misa: Jn 14, 1-6) nos habla de que la felicidad, que disfrutarán los que vayan al Paraíso, será variada.
Es como si nuestro Padre Dios hubiera preparado un bufet para nosotros, con la posibilidad de elegir lo que más nos guste.
Aquí en esta tierra todo el mundo busca la felicidad. Esto es lo que tenemos en común todos lo hombres. Porque nuestra voluntad tiene un apetito devorador, igual que el de Pepe para las comidas.
Los cristianos sabemos cuál es la forma de alcanzar la felicidad. El refrán dice que todos los caminos llevan a Roma. Pero en esto no se cumple el dicho.
Indudablemente el alcohol, el sexo, las drogas... dan una cierta felicidad, por eso hay gente que paga. Pero la felicidad que proporcionan esas cosas es pequeña, y muchas veces dejan el corazón lleno de amargura.
Para llegar a la felicidad plena sólo hay un camino: Jesucristo.
Lo importante cuando uno se muere es si ha aprovechado su vida en la tierra para llegar a la meta.
Cuando su Padre le explico a Pepe lo que era un bufet, el niño esperó unos segundos y preguntó:
–¿Y cuanto tiempo tenemos?
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