Nos cuenta el Evangelio (de la Misa de hoy: cfr. Mc 1,40-45) que se acercó a Jesús un hombre que tenía una enfermedad bastante desagradable. Además era contagiosa. Y el Señor le curó.
Antes de la venida del Señor, era más difícil curarse de las enfermedades. De hecho los que tenían lepra debían ir vestidos hechos un desastre y gritando: ¡Impuro, impuro! (Lv 13,1-2.44-46: Primera lectura).
El Señor tocó al enfermo y la lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpió. Porque "un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo"(Aleluya: Lc 7,16).
IMITAR A JESÚS
Lo nuestro es imitar a Jesús, como hizo San Pablo: imitar a Cristo, que vino al mundo para salvar a los hombres (cfr. 1Co 10,31-11,1).
Por eso los cristianos de todos los tiempos se han preocupado de atender a los necesitados. Estamos llamados a poner a la gente delante de Dios para que les cure.
DOS EJEMPLOS
También, en nuestro tiempo, hay personas como la Madre Teresa de Calcuta, que dedican su vida a atender a los más pobres dentro de los pobres. Preocupándose por todo lo que necesitan: aliviando las enfermedades del cuerpo y del alma.
Otro ejemplo lo encontramos en el padre Damián. Fue un religioso de la Congregación de los Sagrados Corazones, que llegó a la isla de Molokai para servir a los leprosos que allí habían sido desterrados. Y falleció de lepra.
DISPUESTOS A TODO
Este buen sacerdote, por aliviar a unos enfermos y para que conocieran el amor que Dios les tiene, no dudó en ponerse en peligro de contraer esta enfermedad.
A nuestro alrededor hay personas que tienen dolencias en el cuerpo y en el alma. Quizá las del alma son las más peligrosas: por curar esas dolencias el padre Damián no vaciló en ir a Molokai.
Nosotros debemos estar dispuestos a todo para hacer que muchos se confiesen. Incluso a que nos miren raro porque hablamos de la confesión. Algunos nos harán caso, pero otros dirán que eso ya no se lleva y que somos unos antiguos.
SI QUIERES PUEDES
Debemos hacer todo lo posible para que la gente acuda a este sacramento. Sobre todo aquellas personas que están lejos de Dios. A esos, el Señor nos pide que lo intentemos, aunque tengamos la seguridad de que no nos van a hacer caso.
Todas las enfermedades que causan la lepra del alma pueden ser curadas, porque el Señor quiere hacerlo: es Médico divino. Jesús, con solo tocar al leproso del Evangelio lo curó.
No hay nadie tan malo que no pueda recibir el perdón de Dios, si está bien dispuesto y ha recibido el Bautismo, claro. Me contaban una pequeña anécdota, de una niña de primaria que le decía a su profesora: mi hermano es tan malo que yo creo que tiene un demonio. A mi me parece que no es católico.
Si es católico, la condición para que se le perdonen los pecados es llevarle al sacerdote. En el Sacramento de la Penitencia el Señor nos cura: basta que manifestemos los síntomas.
Una vez un obispo de Moscú, Tadeuz Conduzievich, contó lo siguiente:
Recuerdo que durante casi 80 años sólo había en Rusia dos iglesias. Muchos sacerdotes y obispos habían sido enviados a los lagger. Desde el año 2002 hay erigidas 4 diócesis.
En una ocasión –contaba- hice un viaje a los Urales para celebrar la primera Misa en una iglesia en la que no habían tenido un sacerdote desde 1918.
Después de la Misa me pidieron los fieles que les acompañara al cementerio. Fueron y le mostraron la tumba del último sacerdote que tuvo la ciudad. Nadie le conocía ya.
Pero le dijeron que desde hacía muchos años, los domingos y fiestas grandes se reunían allí –junto a esa tumba- para rezar.
Y ahí mismo se confesaban sus pecados ante aquel sacerdote muerto cuya presencia –decían- se les hacía viva por la oración.
Hay gente que se confesaría si encontrara cerca un sacerdote. Me contaba uno que, yendo un día con un cura por la calle, de repente un motorista se paró en secó, se bajó de la moto y fue hacia ellos.
Creían que venía para hacer algo malo o violento. Cual fue su sorpresa cuando, dirigiéndose al sacerdote le dijo: oiga ¿me puede confesar? Es que he estado a punto de matarme y he visto la muerte.
La peor enfermedad es la hipocresía: el orgullo que lleva a disimular los propios pecados y no querer admitirlos. Para eso debemos rezar por la gente que queremos que se confiesen.
LA FELICIDAD DE ESTAR LIMPIO
Cada vez que alguien se confiesa, lo agradece mucho. Porque es como ir limpio. Una persona que sale de la peluquería, va a casa y comprueba que efectivamente el corte de pelo le sienta bastante bien. Luego se arregla, con su colonia y se pone un vestido que le sienta estupendamente, y además lo sabe, esa persona sale a la calle contenta.
La peor enfermedad es la hipocresía: el orgullo que lleva a disimular los propios pecados y no querer admitirlos. Para eso debemos rezar por la gente que queremos que se confiesen.
LA FELICIDAD DE ESTAR LIMPIO
Cada vez que alguien se confiesa, lo agradece mucho. Porque es como ir limpio. Una persona que sale de la peluquería, va a casa y comprueba que efectivamente el corte de pelo le sienta bastante bien. Luego se arregla, con su colonia y se pone un vestido que le sienta estupendamente, y además lo sabe, esa persona sale a la calle contenta.
En cambio si vas hecha una fregona, con los pelos cada uno por un lado, sin orden, sucia, mal vestida… te deprimes. La primera es la persona que está en gracia de Dios, que se confiesa. La segunda es la situación de un alma en pecado mortal.
Por eso decimos con el salmo: "Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado" (Sal 31: responsorial).
Así nos quiere ver la Virgen: limpias, aseadas, bien presentadas, con el estilo de los hijos de Dios, que es un estilo peculiar, que se nota por la alegría de una persona que sabe que está cerca de Dios.
Por eso decimos con el salmo: "Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado" (Sal 31: responsorial).
Así nos quiere ver la Virgen: limpias, aseadas, bien presentadas, con el estilo de los hijos de Dios, que es un estilo peculiar, que se nota por la alegría de una persona que sabe que está cerca de Dios.
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