Jesús decía una parábola para enseñarles que es necesario
orar siempre, sin desfallecer.
«Había un juez en una ciudad que ni
temía a Dios ni le importaban los hombres.
En aquella ciudad había una viuda
que solía ir a decirle:
“Hazme justicia frente a mi
adversario”.
Por algún tiempo se estuvo negando,
pero después se dijo a sí mismo:
«Aunque ni temo a Dios ni me
importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy a hacer
justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme”».
Y el Señor añadió:
«Fijaos en lo que dice el
juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día
y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero,
cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?» (Lc 18,
1-8)
Ver las cosas como Dios las ve
Un grupo de música titula su último álbum como “salto
al color”. Precisamente algunos asistimos a un momento parecido: el paso de la
televisión antigua a la que tenemos ahora. Era otra dimensión visual. El campeonato de fútbol en Argentina sirvió para
que muchos en su casas dieran ese paso. Como fue paralelo a la transición política,
ahora se habla del régimen anterior como de “la España en blanco y negro”.
El paso al color en la vida espiritual se da cuando
uno comienza a ver las cosas como Dios las ve: un gran salto para un
hombre, pequeño para la humanidad. Y esta hazaña personal solo es posible
realizarla si nos comunicamos con Dios. Por medio de la oración elevamos
nuestra mente hacia Él. Así enviamos señales de alarma cuando tenemos un
problema. Aunque Él ya sabe lo que nos sucede, sin embargo en la oración
descubrimos la forma de solucionarlo. Pues como dice uno de los salmos
(Responsorial de la Misa): Nuestro auxilio nos viene del Señor (120,
2).
El secreto de la oración no está en que Dios nos
escuche sino que nosotros seamos conscientes de que necesitamos de Él. Porque
el Señor siempre nos atiende, lo que sucede es que con frecuencia no puede
concedernos lo que pedimos porque no es conveniente. Es en la oración donde nos
identificamos con el querer de Dios y, así, acertamos.
Si nos cansamos de
rezar perdemos las batallas
Como han hecho los santos no hay nada mejor para
ponerse en comunicación con el Señor que la sagrada Escritura, porque leyéndola
estamos escuchando con los ojos la palabra de Dios. De ahí que san Pablo nos
diga que es útil para muchas cosas: para corregir, para educar
en la virtud (Segunda Lectura de la Misa: 2 Tm 3,14-4, 2).
Por eso abrimos el libro del Éxodo (Primera Lectura
de la Misa: cfr. 17,8-13) y allí se nos cuenta que Moisés se cansaba de
rezar, materialmente hablando. Como uno se cansa de estar de rodillas, también
el Profeta se cansaba de tener las manos levantadas hacia Dios y entonces le
pusieron una piedra para que se sentase y le sostenían los brazos uno a cada lado.
Aunque más que elevar las manos hay que elevar el pensamiento a Dios. Y
más que estar de rodilla lo que se tiene que inclinar es nuestro corazón.
El texto sagrado detalla que mientras Moisés tenía
en alto la manos vencía Israel, y si las bajaba perdía. Así gráficamente se
nos hace ver lo Jesús también explica que debemos orar sin “decaer” ni desanimarnos (Evangelio de
la Misa: Lc 18, 1 ), como hace una viuda pesada.
La viuda pesada
Jesús nos habla en el Evangelio de la actitud de un
cristiano: orar continuamente. Jesús para subrayar esta actitud nos pone
el ejemplo de una viuda cansina que no para de repetirle a un juez que le haga
justicia y el juez corrupto le da la razón sin otro motivo que el que le
deje en paz.
Y claro está nuestro Padre Dios no es corrupto: eso
quiere decir que nos atiende desde el minuto cero. Por eso añade Jesús: Pues
Dios ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche? Lc 18, 7.
El Señor quería explicar a sus discípulos cómo
tenían que orar siempre sin desfallecer (Evangelio de la Misa: Lc 18,
1). Para eso los cristianos de Egipto inventaron las
jaculatorias, oraciones cortas, que se pueden rezar en cualquier momento. De
eso tenemos constancia por san Agustín. Se llaman así porque son como flechas (jaculata,
en latín) que se lanzan a Dios.
A un obispo le pregunté como hacía para tener
presente a Dios todo el día, y me dijo que lo común era emplear jaculatorias: esas
oraciones breves que se puede decir en cualquier lugar. Por ejemplo
repetir con el salmo: nuestro auxilio nos viene de ti, Señor; o ¡Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío! Esto es lo que venía a decirme mi
madre al oido cuando yo estaba a punto de dormirme. Y entonces me preguntaba
que significaría eso de “vosconfío”. Y después añadía otra frase
misteriosa: Dulce corazón de María, sed la salvación mía. Dulce corazón...
y yo me imaginaba un postre.
Las jaculatorias se pueden decir en cualquier lugar:
en la calle, en el Mercadona, en urgencias... Y así, partido o
partido, es como llegamos a la amistad con Dios.
Hay quienes todavía se acuerda de que la televisión
terminaba de emitir llegada la media noche. Hoy en día es impensable que la
programación se interrumpa. Aunque nosotros durmamos la tele sigue.
Siguiendo este ejemplo recordamos que algunos santos
hablan de que se puede rezar hasta durmiendo porque nuestro
subconsciente está unido a Dios. Esto es lo que ocurre si nuestro último
pensamiento es para Dios. Y para que sea así hemos de conseguir que también lo
sea el antepenúltimo y el anterior...
Hay quienes recurren al rosario y empiezan a rezar
hasta que se les entra sueño: así se duermen en brazos de María.
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29 Domingo T. O. C
–Primera Lectura
m
Ex 17,8-13
–Salmo Responsorial
Nuestro auxilio nos viene del Señor...
120, 1-2. 3-4. 5-6. 7-8 (R.: 2)
–Segunda Lectura
No
2 Tm 1, 6-8.13-14
–Evangelio
¡Si
Lc 18, 1-8
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