Y el día señalado para la exposición oral del trabajo, había cierta
expectación, y todos esperaban que ese alumno “criticase a la Iglesia” para congraciarse con el profesor.
expectación, y todos esperaban que ese alumno “criticase a la Iglesia” para congraciarse con el profesor.
La sorpresa fue grandísima cuando el estudiante hizo una exposición muy clara del catolicismo, sin que faltasen las res-puestas, a lo que el profesor había ido diciendo en sesiones anteriores. Y al terminar, ese alumno dijo: –No he hecho nada más que documentarme, porque, yo personalmente, soy judío.
La clase finalizó sin más comentarios. Pero por lo visto el profesor se permitía, de vez en cuando, ridiculizar, como de pasada, algunos puntos del cristianismo.
Y en una de esas ocasiones, este chico –que era uno de sus mejores alumnos– le interrumpió: –Oiga, yo vengo aquí para aprender historia, no para sufrir su falta de respeto a las creencias de algunos.
Según él mismo contaba, sus inquietudes espirituales fueron en aumento... Casi todas las preguntas que se hacía tenían el mismo objeto: la divinidad de Jesús.
Por lo visto, aunque sus padres eran judíos no practicantes, él –cuando tenía catorce años– había sentido un gran deseo de buscar a Dios. Y empezó a recibir clases de un rabino, ya anciano, que le tenía mucho cariño.
Pero este chico buscaba más, y no encontraba respuesta. Se preguntaba: – ¿y las promesas de Dios a Israel?, ¿Y el Mesías?
Aquel rabino anciano le dio entonces un consejo sorprendente, que no se le olvidaría. Le dijo: –Busca a Cristo. Yo ya soy viejo; si tuviera tu edad buscaría al Jesús de los cristianos.
Y pasado algún tiempo fue a charlar con el sacerdote católico que él conocía, y tuvo un buen rato de conversación. Después, buscó a uno de sus más íntimos amigos y le comunicó: –He decidido bautizarme: tengo la fe, creo que Jesús es Dios.
Lo que le sucedió a este chico puede que, de otra forma, nos suceda también a nosotros. Pues la Palabra de Dios se ha hecho Hombre para todos, y es lógico que quiera una respuesta de nuestra parte, si estamos en disposición de escucharle.
Estando en Cesarea de Filipo, Jesús hizo una especie de encuesta entre los apóstoles, para ver lo que la gente pensaba sobre Él (cfr. Mt 16, 13-16).
Quizá, si la realizáramos entre nuestros amigos, seguro que muchos dirían que fue un personaje excepcional, un adelantado a su tiempo, un pacifista o cosas por el estilo.
Incluso, algunos acabarían por confesarnos que “creen en Jesucristo, pero en la Iglesia no”. Lo que vendría a significar que piensan que Jesús dijo e hizo cosas admirables, pero que “no sigue vivo” entre los cristianos, o sea, que no es Dios.
Después de responder a Jesús sobre lo que pensaban los demás. El Señor les preguntó a ellos:
–Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Respondió Simón Pedro:
–Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. (Mt 16, 15-16).
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