Un día, el Señor estaba en el Templo de Jerusalén, sentado. Como está ahora aquí con nosotros (cfr. Mc 12,38-44).
Jesús veía el trasiego de la gente que iba y venía.
En frente de Él estaba la hucha del templo, donde se echaba dinero para ayudar a los gastos.
Vio algunos judíos que eran buenos y que echaban bastante.
También apareció una señora que echó muy poco, según el cambio actual no llegaría a un euro.
El Señor también nos ve a nosotros, que venimos a entregar cosas.
Unos, diez minutos de oración, otros la acción de gracias de la misa…
DOS VIUDAS
Entonces Jesús al ver lo que echaba la viuda, dijo una cosa desconcertante. La idea es: –Esta señora ha echado mucho más que los ricos.
Esto me recuerda a la historia de otra viuda. Un enviado de Dios llegó a un pueblo parecido a los que habrá en la actual Etiopía (cfr. 1R 17,10–16).
Y se encontró con una mujer que tenía un hijo, y que se estaban muriendo de hambre. Solo disponía de lo necesario para hacer una sola comida.
Elías, el enviado de Dios, le dijo: –Dame algo de comer.
Y la señora viuda, un poco sorprendida, casi suspirando y con pena, le dijo algo así como: –Solo me queda para mi hijo y para mí… ¿cómo me pides esto?
Y Elías le dijo:
–Sí. Primero ponme para mí. Ya luego habrá para ti y para tu hijo.
LA VIUDA SE FIO
Se fió porque se lo pedía un enviado de Dios.
Y, después de darle de comer al profeta, sorprendida, vio como lo poco que tenía, no solo no se acabó, sino que tuvo para muchos días, mientras otros se morían de hambre.
Y es que, cuando el Señor quiere dar, lo primero que hace es pedir.
Así hace con nosotros. Lo mismo hizo con los santos.
A la Virgen, que quería que fuese su madre, lo primero que le pide es la maternidad.
A san Josemaría, que quería que fundara una familia sobrenatural de miles de personas, lo primero que le pidió fue precisamente que no formara una familia humana.
Y, cuando le dijo a su padre que había decido ser sacerdote, a su padre, que nunca le había visto llorar, le cayeron dos lagrimones, y dijo: piénsatelo bien. Es muy duro ser sacerdote. No tendrás una familia, no tendrás un hogar. Pero yo no me opondré.
Y, san Josemaría, decía años después: mi padre se equivocó.
También se equivocó la Virgen, porque pensaría que nunca nadie le llamaría madre. Y ha sido la mujer en la historia de la humanidad que más la han llamado así.
Es un consuelo saber que los santos se equivocan, porque a Dios no le podemos ganar en generosidad.
DOS VIUDAS Y UN PAPA
Esto me recuerda a un comentario que hizo el Papa Juan Pablo II, un año que estábamos con él durante una convivencia en Roma.
Era domingo de Resurrección y le cantamos una canción que había ganado el festival de San Remo, titulada Dare di piú, Dar más.
Después de escucharla, comentó: –Esto es lo que sucede. Que cuando damos, siempre encontramos más dentro de nosotros. El que da no pierde, porque cuando se da, siempre se encuentra más.
Esto es lo que sucede, que Dios se saca cosas de la manga.
Jesús se alegró porque la viuda había dado más que los otros.
ENTREGAR PARA GANAR
Dios, a los que quiere más, no les da más, sino que les pide más. Les pide todo, pero, para devolvérselo en oro.
Jesús se alegra porque la viuda del Evangelio dio más porque dio todo.
Ojalá todos fuéramos viudas en la generosidad.
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